FEMENINO Y MASCULINO EN EL AMOR


FEMENINO Y MASCULINO EN EL AMOR
POR EL DR. ADRIÁN SAPETTI 


Romeo y Julieta


Una pregunta inicial sería si los varones y las mujeres viven el amor de manera diferente y si hay una forma masculina y una forma femenina del amor.


Creemos que hay aspectos culturales, sociales y familiares que van marcando diferencias, amén de factores anatómicos y hormonales que hoy no se pueden negar. Por supuesto que los primeros van mutando y transformándose. Durante siglos se instruyó a la mujer que el amor y el sexo debían ir siempre juntos, de lo contrario serían tomadas por prostitutas, “locas o livianas”. El fantasma de la “mujer fácil” amenazaba a aquellas que querían disfrutar libremente su vida erótica, muchas veces despegando la cama de los arrestos del amor. Mientras tanto al varón era imbuido por las ideas de que “cuanto más, mejor”, “más mujeres, más interesante”, “a las mujeres no les gustan los varones lindos sino los que van con mujeres lindas” (Kundera), “con todas y en todas las situaciones”, “haz bien sin mirar a quien” nos decía un paciente varón. Pudiendo, muchas veces, separar el sexo del amor, disfrutando de las voluptuosidades de la carne sin los conflictos amorosos, veía en el mítico Don Juan a su paradigma, su ideal del yo. Amor sin sexo, amor pago, amor de ocasión, amor de amante, “amor que puede ser eterno, amor que puede ser fugaz”, como decía Neruda. Creo que esta asociación  sexo con amor en las mujeres, y sexo con o sin amor en los varones, produjo brechas, distancias, hipocresías y serios conflictos.

Hay una forma masculina que arquetípicamente se la asocia con la promiscuidad, la poligamia, el ser activo, salir a “cazar”, dominar, querer siempre y con todas, disociar la pasión del afecto (“son aquellos que cuando aman no pueden desear y cuando desean no pueden amar”, aseveraba Freud), sexualidad falocéntrica condicionada por la erección y el rendimiento, abandonando lo antes posible la virginidad y hacer gala de sus éxitos, ser el conquistador…

El otro arquetipo nos habla de una mujer que espera tiernamente que el amor le llegue, que la habilite para, sorteando el fantasma de la prostitución y el envilecimiento, el goce sexual, que sea recatada, que sea objeto deseado y no sujeto deseante, que se deje “cazar”, de una sexualidad pasiva y receptiva, que casi nunca quiere y que, con excusas varias, eludía los embates sexuales de su pareja. Por supuesto la virginidad y la castidad prescriptas, el recato en la cama, ser la angelical princesa que era asediada por el príncipe valiente. Las mujeres tuvieron que sufrir mucho más las actitudes represivas y sexofóbicas; además temía por el embarazo no deseado hasta que llegó la píldora lo que le dio mayor autonomía. 

Las cosas fueron cambiando, las mujeres se encargaron de decir que no a todos estos roles estereotipados y creo que a muchos varones les terminó pesando este lugar donde no se sentían tan cómodos, aunque hicieran gala, ante todo el clan masculino, de éxitos perennes. Se empezaron a demoler mitos, lugares comunes, roles cristalizados, visiones maniqueas.

Creo que en esto habría que aclarar si hay mayor placer en los varones que en las mujeres: se trata del placer en la etapa de estimulación-excitación, del orgasmo, de lo previo a la penetración. O de las fantasías, o de las zonas erógenas, del mayor placer que se permite la mujer con la estimulación no penetrante, de las caricias, los mimos, los masajes, los besos, de las palabras estimulantes, que muchas veces se contrapone a la imperiosa sexualidad fálico-penetrante de los varones. No obstante ello vemos varones que, dentro de la relación heterosexual se permiten formas de hallar placer que siempre se adscribían a lo femenino. Las mujeres pueden –no es que deben- ser multiorgásmicas, gustan y sienten placer en los juegos previos o, mejor dicho, de lo sexual no penetrante, cosa que, salvo los jóvenes, no siempre los varones pueden lograr. Si hablamos del monto o intensidad del placer percibido, creo que en ese sentido sólo hay diferencias personales.


 Marlene

 

Tiresias, personaje de la mitología y la literatura griega, fue varón y luego convertido en mujer por los dioses, hasta que recuperó su sexo primitivo. Cierto día, discutiendo Zeus con Hera sobre quién, si el varón o la mujer, tenía más placer en el amor, consultaron a Tiresias, que había vivido la doble experiencia: este dijo que, si en el goce del sexo había 10 partes, 9 eran de la mujer… sólo una para el varón. Enfadada Hera, porque Tiresias había develado el secreto de la sexualidad femenina, lo dejó ciego. Apiadado Zeus, le dio el don de la clarividencia.

 

"El sexo sin amor a veces es mejor", dice el refrán. ¿Esto será verdad?
Muchas veces, y esto se liga con la primera respuesta, el amor puede ser el mejor afrodisíaco pero en muchos casos puede inhibir. Vemos con singular frecuencia parejas que tienen un vínculo excelente pero lejos de los caminos de la pasión. Vuelvo a decir que los varones siempre tuvieron más permisos para gozar del sexo independientemente de la presencia del amor. Más allá de las creencias la evidencia muestra que no hay fórmulas y vemos parejas que tienen relaciones sexuales ardorosas, sincrónicas, complementarias, donde se adivinan todo, haciendo cada uno lo que al otro le  fascina y no se aman, teniendo sólo encuentros sexuales, ocasionales o regulares. En el otro rincón vemos parejas que se quieren mucho pero jamás han tenido coitos satisfactorios. En muchas otras disfrutan más del sexo cuando se sienten enamorados. Nuevamente podríamos citar al genio de Avon, WS, cuando le hace decir al desdichado Hamlet: “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de lo que ha soñado tu filosofía”.

No hay un número ideal para una frecuencia a la que hay que llegar, no quisiera agregar nuevas exigencias; y nadie debería obligarse a mantener más relaciones de las que quisiera o pudiera tener.


La frecuencia de las relaciones sexuales es otro tema que obsesiona a ambos sexos, tanto como la cantidad de orgasmos que se deben tener. Con respecto a este punto, creo que se ha extrapolado el concepto de productividad de la era capitalista al rendimiento sexual: más producción, más casas, más dinero, más mujeres, más orgasmos. Todos estos “más” vistos como sinónimos de mejor o más varonil. Si bien la mujer no adscribió del todo al mito del rendimiento tampoco resultó muy favorecida, su posibilidad de tener varios orgasmos (multiorgasmia) fue tildada de ninfomanía y si no se satisfacía con un sólo varón era estigmatizada con el absurdo y denigrante mote de “fiebre uterina” (que no tiene ningún asidero médico). Pero en la actualidad también se la ha bombardeado con que debe tener muchos orgasmos. Personalmente creemos que nadie debería buscar más orgasmos de los que quiere tener.

La gente que persigue un ideal derivado de las estadísticas, de las películas pornográficas, de las novelas eróticas o de las memorias de Casanova, vive su sexualidad con angustia ya que se preocupa más por la cantidad y la frecuencia que por la calidad del encuentro.


Hay un aspecto a destacar y es que las relaciones sexuales no son meramente el orgasmo, sino también juegos, caricias (“me da tanto placer estar abrazada a mi pareja”, nos suelen decir las pacientes), besos, palabras tiernas, contactos orales, masajes, variación en las posiciones; sea o no con penetración. Un varón puede satisfacer a una mujer sin necesidad de acompañarla con orgasmos simultáneos y seguidos. Por otro lado tampoco podría ir en contra de sus características fisiológicas: luego de cada eyaculación, tendrá un período llamado refractario, que es variable según la edad, el estado físico o anímico, incluso con el momento del día. Durante este estado, por más que el varón sea estimulado vigorosamente, no logrará una nueva erección y menos otra eyaculación; deberá aprender a aceptar esta diferencia con la mujer que puede tener un orgasmo tras otro. Si pretende competir con ella, está condenado a la frustración. Sin embargo hay quienes se jactan de poder hacerlo dos veces seguidas sin sacar su pene de la vagina, pero el “dos sin sacar” es un clásico de la mitología machista: es algo que muchos mencionan pero que pocos llegan a obtener.

En la adolescencia, en la cual el período refractario es corto, a veces se da que, si luego del orgasmo el joven permanece en la vagina y vuelve a moverse, puede llegar a tener un segundo orgasmo. En el adulto esto no es tan común. Pero volvemos a insistir que no hay que tener muchos orgasmos para considerar un encuentro amoroso como satisfactorio. En última instancia, varias eyaculaciones sin pasión  ni afecto pueden ser muy aburridas y gimnásticas: más un récord a ostentar frente al clan masculino que un auténtico placer


Otra creencia muy común, en particular entre los solteros, es que en la vida de casados hay que hacerlo todos los días. Si bien hay personas que sostienen durante un tiempo un ritmo cotidiano, lo común es que no se mantengan relaciones todos los días y, por supuesto, no se debería entender el coito matrimonial como un cumplir con el deber en casa (incluso hay una expresión masculina desagradable que escuchamos seguido: “hice uso con mi mujer”). Cuando hay un desencuentro en el matrimonio en el sentido de que ella un día quiere y él no, o si el varón desea tantas veces y la mujer no tanto, puede deberse a que esa pareja, y esto no es una regla, tiene necesidades distintas. Hay gente que se satisface manteniendo relaciones dos veces por semana, otros haciéndolo cada quince días, para otros alcanza con un fin de semana. Una encuesta reciente daba cuenta de que, en algunos lugares del África, la población negra lo hacía varias veces por jornada; pero lo interesante era ver que, cuando se trasladaban a centros urbanos y cambiaban sus hábitos (alimentación, condiciones de vivienda, mayor estrés), esa frecuencia se reducía de una manera notable. ¡Algunos se quejaban de que no podían hacerlo más de una vez por día! 

En el otro polo hay matrimonios que tienen frecuencia cero: no lo hacen nunca. Que una pareja de casados no mantenga relaciones indica un cierto pacto que creemos convendría revisar; algo así como que no se dan permisos para gozar dentro de la ley del matrimonio. Se conserva esa alianza muchas veces con la fantasía, dicha o encubierta, de que la estabilidad de la pareja proseguirá si no media el factor desequilibrante del sexo. Hay quienes nos dicen: “si ella no me busca me hace un favor, si fuera por mí estaría más tranquilo sin hacerlo”. El caso más extremo es el de los matrimonios (o parejas) no consumados donde a pesar de que lo intentan durante un lapso largo de tiempo (arbitrariamente decimos unos 6 a 8 meses) no han podido consumar un coito con penetración, al punto que, a veces, ambos son vírgenes. Pero el conflicto se agrava cuando uno de los dos (muchas veces mediante una terapia) ya no tolera más ese pacto de desencuentro corporal. Esta no es una problemática exclusiva de nuestro tiempo ya que se la describe en diversos códigos religiosos donde figura como causal de anulación matrimonial. Un pasaje del más bello de los libros orientales, Alf Laila Wa-Laila (Las mil noches y una noche), nos ilustra al respecto en el relato de Alá-Eddin (más conocido como Aladino): “Hizo proclamar el divorcio de su hija Badrú´l Budur con el hijo del gran visir, dando a entender que no se había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar.”


.   Apolo


Otro cliché muy frecuente es que siempre el varón es el que quiere más y muchas mujeres todavía siguen afirmando que “al varón sólo le interesa ir a la cama y después desaparecen”. Esto va quedando desvirtuado con la cantidad de varones que se niegan sistemáticamente a los requerimientos o sugerencias sexuales de sus parejas, ocasionales o habituales. Hay matrimonios donde es ella la que busca y propone y es él quien busca excusas en forma permanente: “estoy cansado, los problemas del trabajo, practiqué mucho deporte, tengo demasiadas preocupaciones, me duele la espalda”.

Hay que entender que también en el tema de las posiciones, la frecuencia y los roles, el tiempo ha ido produciendo cambios; es buen momento para que también el nuevo varón se vaya animando a cambiar. Cuando lo haga nos recordará esos versículos que nos cita Vatsyáyána en el Kamasutra: “un hombre que ponga en práctica todas las artes de los sesenta y cuatro medios indicados tiene asegurado el goce de la mujer de mejores cualidades, y será respetado y admirado por su propia esposa, las esposas de los demás y las cortesanas”.

¿Cuál es la frecuencia en la Argentina? 
Depende de la edad, del estado marital, de la presencia o no de pareja estable. En casados, de 30 a 50 años, es de 2 a 3 encuentros sexuales  por semana, aunque crisis mediante las últimas estadísticas hablan de 1 a 2 semanales.P. ej.: la tasa de uso del sildenafil, en un trabajo que presentamos en el Congreso Mundial de Sexología de Hong Kong marcaba una media de 2 por semana.

Hay varios mitos ligados a la vida erótica: el sexo mejora el cutis; el autoerotismo es malo; el varón tiene más necesidades "fisiológicas" de actividad sexual; las mujeres son monógamas, los hombres no.
De las necesidades fisiológicas no es real: las mujeres fueron compelidas y obligadas históricamente a la monogamia y a la castidad. No podríamos hablar de que es igual en mujeres que en varones, pues en estos hay mayores permisos para la infidelidad, pero hoy existen muchas “casadas infieles”, recordando el poema de Lorca.
Fingir, sobre todo el orgasmo, es algo común en las mujeres anorgásmicas totales o a las que llegan pero no por la penetración. Fingir los orgasmos la condena a seguir fingiendo y a no disfrutar por estar pendiente de darle satisfacción al varón. La exigencia de estos de que ellas “tienen que llegar sí o sí, y particularmente con la penetración”, las termina inhibiendo. 
La mujer puede fingir perfectamente el clímax, y esto es un hecho que el varón no puede reconocer; más aún: cuando la mujer le confiesa esta actitud, él no le cree, porque esto atenta contra su autoestima. ¡Cómo es posible que él no haya logrado con su pene el gran orgasmo de la mujer!
Nosotros creemos que el fingimiento del orgasmo en la mujer le impide, de hecho, disfrutar, sentir y eventualmente llegar a un verdadero orgasmo. Esta mentira forzada está hablando de un cierto problema en el vínculo de esa pareja, ya que no existe la confianza y la comprensión suficientes para poder hablar estos y otros aspectos de la sexualidad. Entendemos que la mejor pareja sexual es aquella en la cual la mujer puede dialogar con su compañero de las cosas que necesita para sentirse estimulada. La persistencia en el fingimiento condena a una mujer a la anorgasmia. En cambio, la posibilidad de llegar al orgasmo es un derecho propio y no una ofrenda al varón. Mejor: no fingir.

Los varones gustan de hacer gala de sus éxitos frente al grupo de otros varones, porque contar los fracasos sexuales lo convierten frente al clan, en “un impotente” o “un homosexual”, un “verdadero fracasado”. Un paciente nos decía: “un hombre que no funciona sexualmente es medio hombre”.

 Aquí se juega su virilidad y hombría, su autoestima, su identidad sexual, su angustia de castración, su actitud de varón “que se las sabe todas y que siempre rinde”.
En las parejas hay roles socioculturales y de cada uno se esperan cosas distintas. El varón agresivo -un dios Príapo siempre erecto-, a quien ella está esperando ciertamente receptiva. El activo, ella pasiva; ella nunca quiere, él siempre quiere. Hoy no sólo a ella le duele la cabeza, no sólo a él se le ocurre iniciar el acto sexual, la mujer dejó de ir siempre abajo y también, como decía una paciente: “las mujeres tomamos el toro por las astas”. Les gusta ser activas, tener uno o más orgasmos y en este sentido cada día se ven más mujeres en los consultorios sexológicos queriendo mejorar su vida sexual. Las décadas signadas por el Nombre del Padre –el ideal del principio masculino- estarían dando paso, según el concepto de J. A. Miller, a la lógica del goce femenino, por el empuje y fuerza de las mujeres.

 



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