La historia sexual de un varón virgen |
(Nota del Dr. Adrián Sapetti: este testimonio real, con nombres cambiados, que fue gentilmente cedido por un consultante de 32 años para ser publicado aquÃ, es un claro ejemplo de lo que he dado en llamar “los varones vÃrgenesâ€, con aspectos evitativos e inhibitorios en la conducta sexual, que llevan a un varón a mantener su virginidad hasta lÃmites no deseados por él.) Seguramente, esta historia no será demasiado larga. En realidad, debe haber bien poco para contar de la vida sexual de un varón virgen, aun cuando éste tenga 32 años. Sin embargo, creo que puedo empezar a contarla desde el principio. Supongo (y digo supongo porque no estoy seguro de que lo que sigue tenga que ver con lo estrictamente sexual) que el primer suceso que puedo incluir es que, siendo un bebé, mi pediatra tuvo que despegarme el prepucio.Algún tiempo más tarde, aunque no demasiado, pero sà lo suficiente como para que pueda tener un recuerdo muy vago, vi a mi padre desnudo. Puedo decir que me llamó la atención que su pene fuera más grande que el mÃo (como si pudiera ser acaso de otra manera). Siguió pasando el tiempo, y recuerdo haber tenido una erección a los cinco años. Después vino un tiempo en que no sucedió nada, hasta que a los diez años mi padre me puso al tanto de qué cosas habÃa que hacer para tener hijos y de los cambios que iba a experimentar mi cuerpo. No recuerdo haberme sorprendido demasiado, es probable que a esa altura ya me hubiera enterado de algo en la calle o en el colegio, aunque de esto no tengo memoria. A los doce o trece años, supongo, comencé a tener erecciones nuevamente, hasta que en una de ellas tuve algo parecido a una eyaculación. Digo parecido, porque lo único que salió de mi pene fue un lÃquido transparente y viscoso que a duras penas podÃa ser llamado semen. Por ese entonces, mis compañeros de colegio comenzaron a hablar de masturbarse, yo sentÃa alguna curiosidad, pero solamente eso: curiosidad. En realidad, nunca hasta ese momento, ni en muchos de los años que vendrÃan posteriormente, tuve ese deseo que los llevaba a estimularse de esa manera. No obstante esto, me atraÃan las chicas, pero de una manera distinta, quizás de un modo más distante, elusivo e inasible. A los dieciséis años recibà mi primer beso, que confieso que fue decepcionante, pero no por traumático. El hecho es que si bien la chica que me besó me gustaba mucho y yo estaba muy enamorado de ella (todavÃa hoy le dedico un pensamiento al menos una vez al dÃa), esperaba que ese beso fuera otra cosa. HabÃa esperado demasiado tiempo para recibirlo y mis expectativas eran que fuera algo que me hiciera desbordar el corazón de placer. En ese momento mis pensamientos fueron textualmente: ¿Y esto era un beso? Desde ese momento y hasta los veintitrés años no tuve momentos más cercanos que ese con ninguna mujer. A partir de entonces mantuve una serie de relaciones, aunque no demasiadas, con algunas chicas, pero ninguna fue demasiado duradera. Puedo recordar a una de ellas, que se ponÃa a llorar y hacÃa pucheros cuando querÃa tocarle las tetas. En verdad, no sé si realmente me importaba tocarla, probablemente estuviera haciendo lo que se suponÃa que tenÃa que hacer un hombre cuando está a solas con una mujer, porque en todas las relaciones que tuve siempre se mantuvo una constante: jamás lograba excitarme sexualmente mientras besaba o acariciaba a alguna de ellas, y no porque fueran mujeres poco atractivas; puedo decir que nunca he salido con una mujer que fuera fea. Seguramente el problema es mÃo. Finalmente, a principios de año llegó Gabriela. No sé como describirla, tendrÃa que usar alguna de esas palabras importantes, grandiosas, que no me gusta emplear ni cuando escribo ni cuando hablo. Es más, me dobla en experiencia en muchas cosas, especialmente en la cama, pero no es algo que me haga sentir menos, ni nada por el estilo, al contrario, creo que es una buena oportunidad para recuperar el tiempo perdido. Voy a obviar detalles de cómo nos conocimos, que serÃan más adecuados para una historia amorosa que para una historia sexual, aunque puedo decir que fue ella la que me levantó. El hecho es que a los cinco minutos de que nos besamos por primera vez, ella ya estaba estirando su mano hacia donde se suponÃa que debÃa estar mi pene erecto, que, por supuesto, no estaba asÃ. Traté de disimular, esquivándola con la cintura, mientras me decÃa para mi mismo: Pibe, estás listo, no sé cómo, pero a esta chica te la vas a tener que coger. Siempre me he considerado un hombre de recursos, y como dicen por ahà “a falta de pan, buenas son las tortasâ€, de manera que conseguà provocarle un orgasmo con los dedos, aunque debo decir que soy muy ignorante en todos estos asuntos, supongo que tuve miedo de haberla lastimado cuando finalmente gritó. Ella hizo todo lo que conocÃa, sin embargo no pude conseguir una erección. Yo no podÃa creerlo: estaba en un lugar que cualquier varón hubiera deseado, y no podÃa hacer nada. Mi caso podrÃa expresarse de esta manera: no puedo estar besando y acariciando a una mujer en todo el cuerpo y al mismo tiempo concentrarme en tener una erección, simplemente es algo que sobrepasa mis fuerzas. Pero todavÃa no termino. Suele suceder en la vida de un hombre que la masturbación sea algo que precede a la oportunidad de tener relaciones con una mujer, en mi caso fue al revés. Conocà lo que era masturbarse después de ello y cuando tenÃa treinta años. Lo hice tÃmidamente al principio, y ahora puedo hacerlo con más confianza, aunque puedo afirmar que me lleva un tiempo excesivamente largo lograr una eyaculación. ¡Es de no creer, pero estoy teniendo mi despertar sexual a los treinta y dos años! Cerrando, me gustarÃa decir que pensaba que la manera en que podÃa vivir mi sexualidad me hacÃa algo distinto a los demás, conformaba algo que, si bien no me gustaba, me daba cierta singularidad, por lo cual fue una sorpresa un poco decepcionante el saber que lo que me pasaba ya se encontraba tipificado. Le dejo mis saludos. * J. V., Bs. As., mes de agosto de 2001 |