Fobia a la penetración |
Mi primer enamoramiento fue a los 7 años de mi profesor de gimnasia que lo tuve hasta los 15. Su presencia me llenaba de emoción, no podÃa dejar de mirarlo, de escucharlo, me atrapaba su ternura y oÃr su voz grave en todos los espacios de la escuela; me quedaba después de hora sólo por estar más tiempo con él. Cuando se casó sufrà una gran decepción, fui a la iglesia y sentà una mezcla de emoción y angustia.En mi infancia, alrededor de los 8, tuve una vivencia muy desagradable: mi papá me llevaba a vacunar y en el tren advertà que un señor tenÃa su pene al aire y se lo acariciaba; querÃa cambiarme de vagón porque me impresioné mucho pero me daba mucha vergüenza decirle a papá lo que pasaba, como él nunca se dio cuenta, tuve un viaje de cuarenta minutos con un exhibicionista; no sé que me dolió más, si la vacuna o ver el pene al aire libre; cuando se lo conté a mi mamá se enojó mucho con papá pero ya todo habÃa pasado. Con la llegada de la pubertad empecé a imaginar cómo serÃan los besos de mi profesor, sus caricias, hacer el amor con él, cómo serÃa como esposo o compañero. Empezaron los enamoramientos ya no tan platónicos y miraba a los chicos con otros ojos; ir con mis amigas a la escuela del chico más lindo del barrio para verlo cuando salÃa, hacer comentarios de los chicos o coquetearlos. Esto me costó perder a mi mejor amiga: para su madre, por mi nuevo comportamiento hacia el sexo opuesto, yo era una prostituta en potencia. La naturalidad con la que mis padres tomaron este suceso dio la pauta de que no estaba tan mal mirar a los varones y hablar de ellos con mis compañeras. Pero la pérdida de mi amiga hizo que perdiera el rumbo. Me hice amiga de Carola, que no era buena influencia, fui una especie de “secretariaâ€: le arreglaba las citas, le decÃa si estaba sexy, si repetÃa la ropa para encontrarse con su novio, intervenÃa para romper con un noviazgo suyo. Llegó a salir con cinco a la vez y nunca se enteraron gracias a mi eficiencia y eficacia; empecé a ser espectadora de noviazgos, besos, caricias y “franeleosâ€. Ella, en cambio, me aconsejaba mal, me vestÃa mal, ella era una especie de “diva†y yo “Betty, la feaâ€. Un tiempito antes habÃa entrado a la secundaria; en mi curso estaba una compañera, Isabel, a quien desde primer grado no le habÃa dirigido palabra. No me quedó otra que acercarme a ella; las dos éramos muy tÃmidas y ante tanta soledad en un colegio nuevo e inmenso empezamos una amistad conflictiva, con muchos celos de ella hacia mÃ. Empecé a notar que las dos tenÃamos dificultades para relacionarnos con los hombres, huÃamos a los noviazgos, tenÃamos muchos temores, nos daba mucha vergüenza si se nos acercaba un muchacho; pero todos estos signos eran mucho más fuertes en ella. Años más tarde me confesó que en su infancia habÃa sido abusada sexualmente por su padrastro, ahà comprendà sus problemas en relación al sexo, pero yo a esa edad (17) aún no tenÃa registro de los mÃos; creÃa que mis problemas pasaban por la timidez y que en algún momento se iban a solucionar, no me preocupaba. Volviendo a los tiempos de la secundaria, empezaban los bailes y los cumpleaños de 15: siempre estaba de espectadora, chiquita y flaquita, todavÃa con cuerpo de nena, los varones no me miraban como una mujercita ni me sacaban a bailar, no se acercaban a hablarme, los veÃa como inalcanzables, superiores; y me ponÃa mal ver cómo mis amigas podÃan hacer todo lo que yo no podÃa o no me animaba a hacer. Entre los 13 y los 14 empecé a disfrutar de las primeras caricias a mis genitales hasta lograr el orgasmo apretando las piernas. Llegaba a tener cuatro o cinco orgasmos casi seguidos, era una situación muy placentera y la repetÃa muy a menudo. A esa edad lo conocà a Santiago (15), mi primer novio y amigo en la actualidad; estaba profundamente enamorada, me gustaban sus besos, su perfume, su fÃsico, era perfecto, tanto que sentà que no merecÃa tener un “hombre†asà a mi lado y lo dejé en dos meses, en medio de un mar de lágrimas. Santiago fue la única persona por la cual lloré y sufrà por amor y nunca volvà a sentir algo tan profundo, noble y hermoso por un muchacho. De ahà en más mis noviazgos fueron patéticos y a mis novios los rotulé de “nabosâ€; eran feos fÃsicamente y no valÃan nada como persona, no duraban más de tres meses. Cuando me pedÃan hacer el amor yo lo tomaba como un insulto, una agresión y, por supuesto, siempre me negaba. A todo esto se le sumaba mi participación activa en un grupo de la iglesia, estaba llena de prejuicios en relación a todo lo que tenÃa que ver con el sexo: “prohibido tener relaciones prematrimoniales, no está bien dejarse tocar las zonas erógenasâ€. No podÃa entender cuando alguna de mis compañeras de curso me contaba que mantenÃa relaciones sexuales con su novio, me parecÃa algo osado, increÃble, ni siquiera me atrevÃa a preguntar cómo era ni qué se sentÃa; y ni hablar cuando alguna quedaba embarazada, no entraba en mi cabeza semejante situación. Recuerdo cuando mi mamá me dio la noticia de que la hija de una prima mÃa, con la cual jugábamos tanto en la infancia, estaba embarazada; yo le pregunté: “¿Romina...y cómo le pasó?â€, a lo que mi mamá me contestó con tono de obviedad: “hizo el amor con el novio, ¿cómo piensas que se hacen los chicos?â€. A los 20 años conocà a Germán (22), un hermoso e inteligente estudiante de agronomÃa; yo estaba también en la facultad y mi status de universitaria me decÃa que tenÃa que estar a la altura de las circunstancias. Con Germán volvà a sentir el romanticismo, los besos y las primeras caricias en mis pechos y genitales (ya no estaba tan aferrada a la religión) que me dieron tanto placer como miedo, ese miedo paralizante que sumado a la palabra “casamiento†y a la frase “hagamos el amor†hizo que lo dejara luego de tres meses. Luego Santiago se separa de su esposa quien lo abandona junto a sus tres pequeños hijos. Allà vivencié sensaciones inesperadas: me sentà madre de los chicos y esposa cada vez que iba a su casa a darle una mano. Su hermana empezó a decirme que tendrÃa que haberme casado con su hermano, que a los niños los tendrÃa que haber parido yo, y concluyó con una frase muy acertada: “Dios le da pan al que no tiene dientesâ€. Es que nunca pensé que mi capacidad de amar era tan grande y que tenÃa un instinto materno que ni la propia madre de los niños parecÃa tener. Allà volvió a aflorar mi amor por Santiago, volvà a llorar y a sufrir por amor y aún más cuando él se fue a vivir con sus hijos a Bariloche. Si bien él supo que lo amaba, nunca volvió a pasar nada entre nosotros; pero aparecieron “jueguitos histéricos†en los cuales nos coqueteamos, nos calentamos con palabras y actitudes y después arrugamos. En una oportunidad en que fui a visitarlo y pasé tres dÃas con él y sus hijos, hicimos una vida de matrimonio sin sexo: paseamos con los chicos, les hice la comida, los bañé, los vestÃ, los acompañé a la cama a la hora de dormir, jugamos los cuatro, fuimos a misa, hicimos compras. Santiago me invitó a bailar y pensé que se me darÃa, bailamos abrazados, sentà su perfume, su respiración en mi cuello y el deseo de besarlo apasionadamente me superaba, pero él no parecÃa registrar nada, en realidad estoy convencida de que sà lo registró. Salimos y yo, con una calentura terrible en el sentido más amplio de la palabra, cuando me preguntó cómo la habÃa pasado le respondÃ: “bienâ€, él me contestó: “no te creo, pero igual te agradezcoâ€. A los 23 años conocà a Tomás (24), yo ya hacÃa tiempo que iba a terapia y tenÃa más en claro cuáles eran mis dificultades con los hombres, era conciente de que tenÃa problemas. Los cuatro años de noviazgo fueron espléndidos, con Tomás llegó el descubrimiento de un mundo totalmente desconocido. Por primera vez vi un hombre desnudo, me animé a tocarlo: su espalda, sus pechos, sus genitales; a sentirlos, a besarlos pero con tanto miedo... También me animé a sentir sus caricias: en mis pechos, el clÃtoris, la vagina, me gustaba pero a la vez me daba mucha vergüenza y el miedo al momento de la penetración era paralizante haciendo que no pudiera disfrutar plenamente de las caricias; creo que nunca llegué a excitarme lo suficiente como para poder ser penetrada. La tercera vez que experimenté el fracaso de querer hacer el amor con penetración lloramos juntos, me di cuenta que resolver esto no iba a ser ni fácil ni rápido. En la actualidad, el deseo de tener un encuentro sexual (con o sin penetración) es tan grande como el deseo de huir cuando llega ese momento. Este temor a ser penetrada me impide conocer a otros hombres e iniciar nuevas relaciones amorosas. La última vez que fui a bailar transé con un chico, y se me vino a la cabeza el fantasma de la penetración: “ahora me va a pedir que vayamos a un hotel, va a querer penetrarme y se va a dar cuenta de mi problema; es un papelón porque encima él es más chico y se supone que tengo más experiencia que élâ€. Si esto me pasa con un desconocido, con más razón se me complica cuando se trata de salir con alguien ya conocido, o que me presenta una amiga, porque se agrega otro fantasma: “ahora todos mis amigos, mis compañeros de trabajo y mi familia se van a enterar de mi problema; me voy a morir porque el mundo se me va a venir encimaâ€. Actualmente Isabel está embarazada, noticia que me dio bronca e impotencia: ¿cómo es que la que me confesó tener tantos problemas sexuales a raÃz de haber sido abusada sexualmente en su infancia, y, que supuestamente sus problemas eran más serios que los mÃos, un buen dÃa se casó, pudo tener relaciones sexuales, pudo ser penetrada y ahora va a ser mamá?, ¿por qué ella pudo y yo no? Los éxitos de Isabel en relación al sexo siempre los vivà como una injusticia. Creo que se apoyó en mà para superar sus obstáculos sexuales, subestimó los mÃos y me dejó atrás; pareciera ser que alguien (Isabel, la vida, el destino o como se llame) se ha burlado de mÃ; siento una gran injusticia, impotencia y bronca que hoy por hoy es lo único que me penetra. Laura, Bs. As, 2002 Nota del editor: a posteriori, en el curso de la Terapia Sexual, Laura logró consumar la penetración con su novio, previo un trabajo de desensibilización de su fobia, lo que constituyó un verdadero logro, fruto de su dedicación y compromiso con el tratamiento sexológico, junto a la psicoterapia individual que mantenÃa. |