MÁS DIÁLOGOS CON PESSOA (Parte III)


MÁS DIÁLOGOS DESASOSEGADOS CON PESSOA Parte ( III )

Nota del editor: a partir de un mail enviado por un joven lector de 19 años preguntando quién era el que dialogaba en la sección Arte y Erotismo con Fernando Pessoa (1888-1935) –escritor portugués que no conoció la gloria en vida- se le aclaró que eran diálogos ficticios o probables (Diálogos desasosegados) entre un oscuro admirador -Adrián Sapetti- y textos extraídos, tal vez de una manera irreverente pero con profunda admiración, de la obra de este enorme poeta. A partir de allí se me ocurrieron estos nuevos diálogos extraídos y adaptados del “Livro do desassossego” de Pessoa, como Bernardo Soares, uno de sus heterónimos.


Adrián Sapetti: buenos días, querido Fernando, ¿cómo has amanecido?

Fernando Pessoa: me desperté hoy muy temprano, en un aturdimiento repentino, me levanté enseguida de la cama, asfixiado por un hastío incomprensible, absoluto y completo. Pero fundado en algo.

AS: ¿algún mal sueño, tal vez?

FP: ningún sueño lo había provocado; ninguna realidad lo podría haber producido. En el fondo oscuro de mi alma, fuerzas no conocidas entablaban, invisibles, una batalla en que mi ser era el terreno de la lucha y todo yo temblaba bajo el incógnito embate. Una náusea física de la vida entera nació con mi despertar. El horror de tener que vivir se alzó conmigo de la cama. Después vino la vida… Todo me pareció hueco y tuve la sensación fría de que nada tiene solución.

AS: amo lo que escribes pero siempre en tu obra colosal hay como una ausencia de ilusiones: “el horror de tener que vivir”.

FP: en efecto, el cansancio de todas las ilusiones y de todo lo que hay en las ilusiones, su pérdida, la inutilidad de tenerlas, el cansancio anticipado de tener que tenerlas para perderlas, la pena de haberlas tenido, la vergüenza intelectual de haberlas tenido sabiendo que habrían de tener ese fin. Escribir es olvidar. La literatura es la manera más agradable de ignorar la vida. Algo así como mi muerte futura.

AS: a mí me encantan tus comentarios callejeros de Lisboa, como cuando hablas de ese hombre que miras caminar…

FP: me fijé de pronto en la espalda de un hombre que iba por delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre cualquiera, el saco de un traje modesto en un dorso de transeúnte ocasional.

AS: ¿qué sentiste?

FP: sentí de repente, por ese hombre, algo parecido a la ternura, sentí por él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por el banal cotidiano del jefe de familia que va al trabajo, por su hogar alegre y humilde, por los placeres alegres y tristes de que fatalmente se compone la vida, por la inocencia que implica vivir sin analizar, por la naturalidad animal de esa espalda vestida.

AS: ¿crees que se paga caro tener una clara conciencia de las cosas?

FP: la conciencia de la inconsciencia es el más antiguo impuesto que recae sobre la inteligencia. Una especie de neurosis anticipada provocada por lo que seré cuando ya no sea, me congela el cuerpo y el alma. Al hombre de inteligencia superior no le queda hoy otro camino que el de la abdicación.

AS: ¿cómo piensas tu futuro?

FP: vivo siempre en el presente. No conozco el futuro y al pasado ya no lo tengo. No tengo esperanzas ni nostalgias. ¿Qué puedo presumir sobre mi vida venidera, sino que será lo que no quiero, lo que vendrá a sucederme desde afuera y someterá, incluso, mi propia voluntad? Tampoco hay nada en mi pasado que yo recuerde con el deseo inútil de repetirlo. Nunca fui más que un vestigio y un simulacro de mí. Mi pasado es lo que no supe ser.

AS: ¿y pensar en tu devenir?

FP: algo así como el recuerdo de mi muerte futura me estremece por dentro. En una niebla de intuición me siento materia muerta, caído en la lluvia, gemido en el viento. Y el frío de lo que no sentiré muerde el corazón actual. Lo que mi alma ignora es lo que quiero poseer.

AS: ¿tienes algún secreto anhelo?
 
FP: ¡Ah, como quisiera yo inocular al menos en un alma algo de veneno, de desasosiego y de inquietud! Eso me consolaría un poco de la nulidad de acción en que vivo. Pervertir sería el fin de mi vida. ¿Pero hay algún alma que acoja mis palabras? ¿Las oye alguien frente a mí?

AS: para ti, como el cuervo de Poe, no hay consuelo posible, nevermore…

FP: nada me satisface, nada me consuela… deseo lo que no deseo y renuncio a lo que  no tengo. No puedo ser nada ni serlo todo: soy el puente que va de lo que no tengo a lo que no quiero.

AS: ¿por qué estuviste signado, en vida, por la falta de éxito?

FP: a los que no sabemos querer nos hermana la impotencia. ¿De qué me sirve concebirme genio si resulto un vulgar oficinista? Actuar, esa es la verdadera inteligencia. Seré lo que yo quiera, pero tengo que quererlo. El éxito está en tener éxito y no en tener aptitudes para el éxito. Condiciones para un palacio tiene cualquier terreno amplio, ¿pero donde estará el palacio sino lo construyen allí?

AS: ¿sabes que te has convertido en una celebridad?

FP: ¡cuántas veces yo mismo, que me río de las seducciones de la distracción, me encuentro suponiendo que sería bueno ser célebre, que sería agradable ser mimado y virtuoso ser triunfal! ¿Me veo célebre? Si, pero como tenedor de libros. ¿Me siento elevado a los tronos de ser conocido? En efecto, pero el hecho ocurre en nuestra oficina, donde los cadetes son un obstáculo. ¿Me escucho aplaudido por variadas multitudes? El aplauso colisiona con el mobiliario tosco de mi cuarto barato, con lo vulgar que me rodea.

AS: ¿un cuarto barato?, ¿ni una casa tuviste, en tu Lisboa natal?

FP: no tuve casa, ni castillos, los míos fueron de naipes, viejos, sucios, de un mazo incompleto con el que nunca se podría jugar, ni siquiera se cayeron, fue preciso tirarlos debajo de un manotazo. Mi sueño fracasó hasta en las metáforas y en las representaciones. Moriré como he vivido, sofocado bajo el peso residual de mis escritos de alguien perdido.

AS: a veces pienso que no has comprendido la importancia de estar con los otros.

FP: para comprender me destruí. Comprender es olvidarse de amar. La soledad me llena de desconsuelo: estar acompañado me oprime. La presencia de un otro dispersa mis pensamientos: sueño su presencia como una distracción especial que toda mi atención analítica no logra definir. La mayoría de la gente enferma por no saber decir lo que ve y lo que piensa.

AS: ¿en qué pensabas al escribir el “Libro del desasosiego”?

FP: ¿en qué pensaba yo antes de perderme mirando todo esto? No lo sé. ¿Ganas, esfuerzo, vida? No hay sosiego, ¡ay de mí!, ni lo habrá nunca en mi corazón, aljibe viejo en el fondo de la quinta vendida, memoria de la infancia clausurada al polvo en el sótano de una casa desconocida. No hay sosiego y, ni siquiera, el deseo de que lo haya. Me despido, al menos por hoy.

* NOTA: para estos diálogos se tomaron como referencia textos extraídos del “Libro del desasosiego”, 1era edición, Emecé Editores, Bs. As., 2000 (traducción de Santiago Kovadloff).



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