Frecuencia de relaciones sexuales (PARTE 1)


La frecuencia de las relaciones sexuales es un tema que obsesiona a ambos sexos, tanto como la cantidad de erecciones y orgasmos que se deben tener. Con respecto a este punto, creo que se ha extrapolado el concepto de productividad de la era capitalista al rendimiento sexual: más producción, más casas, más dinero, más mujeres, más orgasmos.

Todos estos más vistos como sinónimos de mejor o más varonil. Si bien la mujer no adscribió del todo al mito del rendimiento tampoco resultó muy favorecida: su posibilidad de tener varios orgasmos (multiorgasmia) fue tildada de ninfomanía y si no se satisfacía con un sólo varón era estigmatizada con el absurdo y denigrante mote de fiebre uterina (que no tiene ningún asidero médico).

Pero en la actualidad también se la ha bombardeado con que debe tener muchos orgasmos. Personalmente creo que nadie debería buscar más orgasmos de los que quiere tener. La gente que persigue un ideal derivado de las estadísticas, de las películas pornográficas, de las novelas eróticas o de las memorias de Casanova, vive su sexualidad con angustia ya que se preocupa más por la cantidad y la frecuencia que por la calidad del encuentro.

En la actualidad se ha bombardeado a la mujer con que debe tener muchos orgasmos. Personalmente creo que nadie debería buscar más orgasmos de los que quiere tener.

Hay un aspecto a destacar y es que las relaciones sexuales no son meramente el orgasmo, sino también juegos, caricias (“¡me da tanto placer estar abrazada a mi pareja!”, nos suelen decir las pacientes), besos, palabras tiernas, contactos orales, masajes y, como he dicho, variación en las posiciones; sea o no con penetración.

Un varón puede satisfacer a una mujer sin necesidad de acompañarla con orgasmos simultáneos y seguidos. Por otro lado tampoco podría ir en contra de sus características fisiológicas: luego de cada eyaculación, tendrá un período llamado refractario, que es variable según la edad, el estado físico o anímico, sus niveles de testosterona , incluso con el momento del día.

Durante este estado, por más que el varón sea estimulado vigorosamente, no logrará una nueva erección y menos otra eyaculación; deberá aprender a aceptar esta diferencia con la mujer que puede tener un orgasmo tras otro.

Si pretende competir con ella, está condenado a la frustración. Sin embargo hay quienes se jactan de poder hacerlo dos veces seguidas sin sacar su pene de la vagina, pero el dos sin sacar es un clásico de la mitología machista: es algo que muchos mencionan pero que pocos llegan a obtener. En la adolescencia, en la cual el período refractario es corto, a veces se da que, si luego del orgasmo el joven permanece en la vagina y vuelve a moverse, puede llegar a tener un segundo orgasmo.

En el adulto esto no es tan común. Pero vuelvo a insistir que no hay que tener muchos orgasmos para considerar un encuentro amoroso como satisfactorio. En última instancia, varias eyaculaciones sin amor ni afecto pueden ser muy aburridas y gimnásticas: más un récord a ostentar frente al clan masculino que un auténtico placer.

Otra creencia muy común, en particular entre los solteros, es que en la vida de casados hay que hacerlo todos los días. Si bien hay personas que sostienen durante un tiempo un ritmo cotidiano, lo común es que no se mantengan relaciones todos los días y, por supuesto, no se debería entender el coito matrimonial como un cumplir con el deber en casa (incluso hay una expresión masculina que me desagrada y que escucho seguido: “hice uso con mi mujer”).

Cuando hay un desencuentro en el matrimonio en el sentido de que ella un día quiere y él no, o si el varón desea tantas veces y la mujer no tanto, puede deberse a que esa pareja, y esto no es una regla, tiene necesidades distintas. Hay gente que se satisface manteniendo relaciones dos veces por semana, otros haciéndolo cada quince días, para otros alcanza con un fin de semana.

Una encuesta reciente daba cuenta de que, en algunos lugares del África, la población negra lo hacía varias veces por jornada; pero lo interesante era ver que, cuando se trasladaban a centros urbanos y cambiaban sus hábitos (alimentación, condiciones de vivienda, mayor estrés), esa frecuencia se reducía de una manera notable. ¡Algunos se quejaban de que no podían hacerlo más de una vez por día!


* Dr. Adrián Sapetti, extractado de “Los varones que saben amar” (Editorial Galerna)


NOTA: este artículo continuará en una próxima entrega.



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