CAUSAS PSICOLÓGICAS DE LAS DISFUNCIONES SEXUALES * PARTE 3


CAUSAS PSICOLÓGICAS DE LAS DISFUNCIONES SEXUALES *
PARTE 3

 Huaco de la cultura Moche (precolombina), Perú

 

“TENGO QUE SATISFACERLA”
Vemos a muchos varones que sienten la obsesión de complacer siempre a su pareja, de lograr un óptimo rendimiento, el cual se asocia con un pene erecto y mantenido en ese estado durante mucho tiempo, sobre todo si compite con un competidor real o ilusorio, del presente o del pasado.

El objetivo es que la pareja goce a cualquier precio, dejando de lado muchas veces sus propias necesidades sexuales; es decir, están más preocupados por lo que ellos creen que es un buen rendimiento destinado a lograr el goce de su partenaire, y lo que ellos creen que a esa pareja le gusta que con la real sensación de placer y con lo que realmente les gusta.

Ambos tienen que dar y recibir alternativamente placer, por eso aconsejamos, en algunas ocasiones que no piense qué le pasa a la pareja mientras la estimula.
“¿Lograré que ella consiga su orgasmo?”, “¿no la dejaré insatisfecha al terminar tan rápido?”, “¿si pierdo la erección se enojará?”, “¿no se estará aburriendo de acariciarme?”, "¿se irá con otro varón mejor dotado y mejor amante?", “¿será que esto que le estoy haciendo le gusta?”.
Estos individuos sienten la necesidad compulsiva y permanente de agradar al otro para ser aceptados (tema que, casi siempre, remite a experiencias con las figuras parentales en la infancia). Eric Berne decía que se enredan en el juego de "trata más... nunca es suficiente" y esto les impide abandonarse a las sensaciones eróticas.
EXPERIENCIAS INFANTILES NEGATIVAS
Ya desde Freud se estudió que tempranas experiencias negativas en el área sexual jugaban un papel significativo en la génesis de síntomas psicológicos y sexuales de la edad adulta. Hoy se habla de Síndrome de estrés postraumático al cuadro emocional que queda luego de algún trauma psíquico o físico.

Son los casos de aquellos varones cuyos primeros contactos sexuales tuvieron una connotación humillante, frustrante o vejatoria: iniciación en grupos con prostitutas, contagio de infecciones de trasmisión sexual (ITS), una seducción incestuosa, haber sido precozmente víctimas de un abuso sexual (los norteamericanos llaman a los abusadores, con justa razón: soul killers = asesinos del alma) o quienes se vieron sexualmente traumatizados en su temprana infancia por situaciones que no estaban preparados para manejar, Freud llamó "la escena primaria" a la situación de ver el acto sexual de los padres y muchos recuerdan esto como un hecho traumático.

Era un hecho observable (aún hoy lo es) que muchos durmieron hasta entrada la pubertad en la pieza de sus progenitores. Claro que esta situación ha variado pues algunos niños ya saben que los padres tienen encuentros corporales: ellos se besan y miman en su presencia, o han visto sus cuerpos desnudos. Diferente era en los tiempos donde el chico nunca veía nada y si, abruptamente un día, lo veía todo, lo recibía como algo agresivo, chocante e intimidante.
Jorge, 54: "yo dormía, hasta los 11 años, en una cama al lado de mis padres y de noche escuchaba ruidos y gritos contenidos. Eso me daba miedo, pensaba que mi padre le pegaba a mi madre y le rezaba a Dios para que aquello terminara. Luego supe qué era eso que hacían, pero siempre relaciono el acto sexual con algo violento, desagradable."
No deberíamos pensar que las experiencias traumáticas reales sean causa lineal de las disfunciones sexuales adultas. Evitemos pensar que a tal situación corresponde tal síntoma ya que en su génesis concurren múltiples factores: siguiendo el concepto de las series complementarias, en general, hay una relación compleja entre la dotación genética de un individuo, las experiencias infantiles y los hechos desencadenantes de la vida con la producción de un síntoma.

La teoría del aprendizaje remarca los efectos de las experiencias negativas en el área sexual: un muchacho que fracasó en su erección o eyaculó precozmente en el día de su debut (en una situación vivida como agresiva, violenta o humillante), podrá repetir esos episodios al aso¬ciar encuentros sexuales posteriores con aquellas escenas traumáticas.
TEMOR AL FRACASO
Errar (fallar) es humano. Aunque para muchos el dicho popular no tiene cabida en el aspecto sexual, basta con que tengan una sola erección deficiente para que sientan que han fracasado como varones. Son parte de la cultura machista que hace que se dramatice al máximo un contratiempo masculino y que el temor al fracaso pese como una espada de Damocles.

El miedo a que el fracaso ocurra también podría verse como la anticipación del mismo. El varón teme no obtener una buena erección y es esa misma ansiedad (quizá basada en que alguna vez le ocurrió) la que dificulta aún más el éxito del intento, su estado de nerviosismo puede desembocar en una impotencia o en una eyaculación rápida.

Un encuentro donde no se logre la erección o tenga un descontrol orgásmico puede ser totalmente circunstancial pero en algunos individuos genera el pánico a que sea definitivo y permanente y eso perpetúa el síntoma. Esto puede producirse porque los múltiples factores que intervienen pueden verse afectados durante el encuentro sexual.

En los casos de temores exacerbados las causas están relacionadas con el aspecto psíquico. Por ejemplo: debut sexual, una nueva compañera, hacerlo en un auto o en una habitación en la que se teme que alguien pueda entrar, exigencias de la pareja, problemas con el preservativo, miedo al embarazo o al SIDA. Todo esto da lugar a lo que llamaríamos una profecía autocumplidora: tengo miedo de que me pase, luego: seguro que me va a pasar y, finalmente, ¡yo sabía que me iba a pasar!
En la experiencia clínica se ve que son los varones inseguros, altamente competitivos, obsesivos, exigentes y perfeccionistas, los que toleran menos un fracaso sexual transitorio, transformándolo en algo más grave y cronificado. Si no se los tranquiliza van al encuentro de una mujer con la pregunta permanente: “¿esta vez lo lograré o volveré a fracasar?”, y así configura, justamente, un nuevo fracaso. Como consecuencia del temor a fracasar es común que los varones comiencen a esquivar el encuentro amoroso valiéndose de excusas diversas.

A otros los asaltan dudas acerca de su hombría y se plantean si no les habrá emergido una homosexualidad latente. También están los que comienzan a recelar algún problema grave de salud. La cuestión es que de un fallo ocasional, magnificándolo, todo se convierte en un drama.
Existen individuos que le temen al fracaso sin haberlo experimentado previamente y esto es posible en los casos de personas fóbicas u obsesivas, y que no poseen buena información o, por el contrario, están abrumados por las idealizaciones: una expectativa desmesurada o un arquetipo sexual de gran exigencia, pueden llevar al fracaso, porque es tan alta la meta que se trazan que nunca la pueden alcanzar. Es como si alguien que quiere escribir piensa que no podrá hacerlo como Cervantes o Borges o, si sueña con pintar, no llegará a ser como Picasso o Da Vinci. Un ideal del yo de esa naturaleza sólo logrará impotentizarlo.
ALGUNAS OBSESIONES
Una de las obsesiones inhibitorias es la del pene corto y esto es visto por muchos varones como un fracaso en sí mismo. Y si el individuo centra todas sus expectativas en el tamaño de sus genitales se volverá un revés insalvable, porque en este sentido la anatomía marca pautas irreversibles, salvo que alguien apele a una plástica correctora. Es bueno que estas personas tengan en cuenta que el tamaño no guarda correlato con el rendimiento sexual. No es por tener un pene pequeño que se fracasa, como tampoco tenerlo muy desarrollado es sinónimo de ser un amante incomparable.

En ciertas situaciones esto es utilizado para disfrazar miedos e inseguridades que nada tienen que ver con las medidas anatómicas, es el que dice: “no puedo ir con una mujer porque lo tengo chico”, pero en el fondo le sirve como excusa, como beneficio secundario.
Vemos también un personaje prototípico que se disocia de su pene y se refiere a él como a algo ajeno a su cuerpo, separado de su persona: “éste no me funcionó, me jugó una mala pasada, se me durmió”, suele decir explicando su problema, aunque en realidad de esta manera intentan eludirlo. Ellos no son los responsables: ¡es el maldito que se negó a funcionar!
Un caso muy común es el de esos varones que cada vez que van con una nueva pareja “saben que van a fracasar” en la primera vez que intenten mantener relaciones sexuales y es en estos casos que el Sildenafil nos ayudó a resolverlos casos.
Al pasar el umbral de los 50 muchos varones lo sienten como un condicionante psicológico negativo que, sumado a los cambios físicos, suele ser disparador de conflictos. Por atravesar esta década se sienten verdaderos fracasados y comienzan una etapa de balance donde el resultado lo perciben netamente desfavorable, aunque hayan tenido éxito en sus vidas: les pesan las cosas que no consiguieron, las oportunidades que creen haber perdido, la fortuna que no lograron ni lograrán.

Todo esto lleva al varón a una crisis -la llamada de la mediana edad de la vida- donde la libido puede verse afectada sintiéndose amenazado por el temor de fracasar sexualmente.
En esta etapa el porcentaje de fracasos, considerados estos como la imposibilidad o dificultad de lograr un coito satisfactorio, es sensiblemente mayor. Lo que ocurre es que la erección tarda más en conseguirse, son muchas las veces donde no se logra o necesita más estímulo directo para alcanzarla. Una vez que eyaculó requiere de períodos de tiempo más prolongados para volver a erectar.

El individuo que acepta estas limitaciones buscará disfrutar más de los juegos preliminares, así como de otras variantes sexuales. Mientras que otros comenzarán a hacerse planteos existenciales: “¿no entiendo cómo vino a pasarme esto justo a mí?, ¿qué me pasará que ya no funciono como antes?”, son las preguntas habituales. Pero una adecuada orientación permitirá aceptar el paso del tiempo y comprender que crisis existenciales y emocionales, exigencias elevadas del desempeño masculino, depresiones y pérdidas, tanto como la diabetes, la secuela de muchos años de tabaquismo, los problemas arteriales, la hipertensión, ciertos medicamentos, por citar sólo algunos ejemplos, explican la aparición de dificultad eréctil.
El miedo al fracaso puede manifestarse no solamente como temor a la mujer desde el punto de vista corporal, sino como una manera de eludir compromisos afectivos. Algún tipo de disfunción a la hora del coito es una manera de cortar una relación y de esa manera evitar responsabilidades.

Hay varones que también temen a las mujeres con mucha iniciativa, que son maduras y por ende abiertas a una propuesta interesante o inteligente por parte del compañero; éste piensa que no podrá satisfacerla y eso lo acobarda. Si alguien vive obsesionado por el temor a fracasar, a no rendir frente a una mujer, se convierte en un ser evasivo, que no incita a su pareja a hacer el amor y, cuando ella lo hace, siempre está cansado o lo posterga para más adelante.
El miedo no siempre es confesado por quienes lo sienten, aunque a veces el poder verbalizarlo permite exorcizar los fantasmas. Todo varón puede tener, aunque sea excepcionalmente, problemas en la erección o deseo sexual disminuido . Nosotros hablamos de una verdadera disfunción eréctil cuando las fallas superan un 25 % del total de los intentos. De todas maneras entendemos que los cuadros de impotencia constituyen una de las situaciones más dolorosas que afectan a los hombres.

Para la gran mayoría la erección es sinónimo de capacidad para practicar o disfrutar el acto sexual. Por eso la pérdida transitoria o repetida de la rigidez es considerada como señal de declinación y un estigma para la virilidad.
En códigos no escritos de la cultura machista se establece que son los varones los que deben iniciar sexualmente a las mujeres, despertar en ellas el deseo y hacerlas maduras y enseñarles a gozar. Por supuesto estos mandamientos también establecen que no se puede fallar: hacerlo representa una pérdida de hombría.

Tantas presiones juegan de manera negativa en el individuo y, cuando no puede cumplir con todas esas demandas aparecen sentimientos de culpa que hace que se sienta inservible. Los pacientes lo describen bien cuando dicen: “cada vez que funciono mal me siento un inútil”.
* Dr. Adrián Sapetti, médico psiquiatra y sexólogo clínico.



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