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en el espejo..., La otra cara

En el espejo..., La otra cara
Atleta - escultura romana - siglo V a.C.Nota del editor: emotivo relato enviado por un lector de nuestro sitio, con pedido de que fuera publicado. Nos cuenta cómo, dos varones, pudieron trasponer la barrera, "cumplir el Deseo". Un cuento vívido, de pasiones reprimidas, de realización de lejanas fantasías, de un "coming out". Diría nuestro amigo, director de cine, el fallecido Américo Ortiz de Zárate: "Otra historia de amor".
Mirándose uno en el otro como si fuera en el espejo, se habían encontrado con su realidad, habían podido mostrar esa otra cara, tan real como la que siempre antes se reflejó, pero ésta mucho más oprimida, mucho más sumergida
El día en que se encontraron era gris, el sol parecía haberse olvidado de la tierra, no obstante el clima interior en la gente era de alegría, como si estuvieran iluminados por ese sol ausente. Festejaban el Día de Amigo, que ese año había prendido en el espíritu general con mucha fuerza.
Era una confitería como tantas, un resto-bar, como se estila denominar en la actualidad a los lugares donde es posible, desde tomar un café  a comer algún plato de preparación simple. En una mesa esperaba Joaquín, con su taza de café olvidada.
¿Llegaría Rosendo?  Â¿Cómo sería? ¿En cuánto se  asemejaría y se diferenciaría de la construcción mental surgida en los meses en que se había gestado esa relación sin que, hasta ahora,  fuera corporizada...?
El tiempo, y la modernidad  traducida en tecnología, los había unido sin tener plena conciencia del modo en que esa unión se había producido y, muy especialmente, cuál había sido la clave motivadora. ¿Por qué se habían conectado uno con el otro?  Â¿Qué punto en común los unía, para que esa relación estuviera sellada antes de conocerse?
Los hijos de Rosendo experimentaban ya su proyección a la adultez. Una con su  temprana maternidad, el otro en camino de ser padre en muy pocos meses más, pero Rosendo seguía sintiéndolos como sus nenes. Todavía se tomaba tiempo para aceptarlos como adultos. Claro que él también, en el fondo, se sentía un adolescente en muchos aspectos dependiente, especialmente de su mamá  y por transmisión genérica de su esposa. Asumía sus obligaciones de jefe de familia de acuerdo a los cánones que la sociedad moderna iba marcando, pero desde lo interno de sí mismo, cuando podía despojarse, emergía fácil y rápidamente la otra cara, la del adolescente que seguía necesitando de la orientación, la del que desde esa postura llegaba a desconocer hasta lo obvio de lo que se le presentaba ante sí. Esa actitud casi infantil lo conflictuaba, a la vez que le imprimía ese dejo seductor de niño inocente, capaz de sorprenderse ante la mínima cosa.
Joaquín desde su silla recorría su vida de  satisfacciones y logros obtenidos por el esfuerzo, con el sentimiento de que todo le costaba mucha elaboración personal y con la emoción de tomar conciencia de que, probablemente estaba a un paso de concretar la fantasía más "pesada" de su historia. Pesada por lo antigua, pesada por lo que de trascendente se había edificado dentro de sí mismo.
Pero... ¿Se produciría el encuentro tan ansiado, tan temido, tan imposible de concretar hasta el momento...?
Ahí, ante la puerta tocando el timbre estaba él. ¡Seguro era él! ¿Por qué?  Â¡Porque debía ser él!  Prolijo sweater celeste, muy a la moda, vaqueros amplios y como abrigo,  sobretodo color habano que le imprimía el sello de la edad.
La mirada de Joaquín fue directa a él, los pasos de Rosendo se orientaron hacia la mesa de Joaquín, ninguno de los dos dudó. Se nombraron, estrecharon sus manos tratando de aparentar la mayor naturalidad posible y se sentaron en silencio. Entonces surgieron las palabras entrecortadas, las frases inconclusas, los nervios traducidos en toces y voz temblorosa...
Poco a poco se fueron conociendo, como pudo cada uno fue contando su historia, esa nunca antes revelada ni a los más cercanos, pero que en esta circunstancia y en esta relación era posible hacerlo, casi como tarjeta de presentación.
Mientras tanto... se tocaron reiteradamente con los ojos, se humedecieron uno al otro con la voz, recorriendo una a una las curvas de la cara, del cuello, de las manos. Se contaron mil historias de la vida que pasó. El tiempo se detuvo, el café se enfrió... pero nada tenía importancia por encima del encuentro.
Joaquín no podía poner freno a su palabra, no podía dejar de expresar su emoción  de estar cumpliendo "El Deseo", exactamente así, con comillas y  mayúscula. Quizá esa expresividad inhibía algo a Rosendo, pero era irrefrenable... y poco común en Joaquín, por lo general muy reservado y formal.
La tarde avanzó y debieron despedirse, previamente acordaron el próximo encuentro,  a la misma hora el día siguiente. Las próximas veinte horas serían para ser vividas en función de las pasadas y las por venir. Cada uno continuó su vida, cumplió sus obligaciones pero... su pensamiento quedó fijo en cada detalle, en cada
gesto del otro, en cada frase del otro. Evocar su pelo, sus ojos, su boca... todo era importante... todo eso se imponía como imprescindible.
La noche, cada uno sabe cómo la pasó, vueltas y vueltas en la cama, emoción, inquietud... Un "crack" en la vida de ellos se estaba produciendo, ambos capitalizaban la vivencia del encuentro como un hecho íntimo, de fuerte trascendencia. Había sucedido algo que les permitía liberar la palabra, esa siempre contenida, nunca expresada más allá del momento de soledad o en algún escrito furtivo que luego no se conservaba. La propia historia empezaba a completarse incorporando los matices más sutiles de cada tono, esos que antes quedaban fundidos con los grises, pero que ahora adquirían brillo y presencia propios.
Nuevamente se produjo el encuentro, esta vez en otro lugar, Joaquín más tranquilo pero igual ansioso, Rosendo, demorado por el transporte llegó con evidente nerviosismo, basado también en la decisión de arriesgarse a repetir el encuentro. Era la posibilidad  de cumplir con la fantasía que durante toda su vida se le había impuesto con la presencia de mandato.
Ni la situación ni la hora se prestaban para compartir el café, que pasó a último plano.
Firme la resolución, los guió dos o tres cuadras más allá... Había que trasponer una puerta que se erigía como la puerta de la vida, la puerta que abría a los caminos de la independencia y a su vez de lo desconocido, también familiar por la fuerza del deseo reiterado.
A los ojos de los caminantes todo era natural, algunos paseaban, otros apuraban su paso hacia quién sabe qué destino y estos dos hombres enfundados en sobretodos de igual color, de igual corte, igualados en el sentir y en el deseo.  Â¡Debían darse la oportunidad!
De repente un ascensor..., luz tenue..., una habitación... Habían logrado trasponer la gran barrera.  Era como haber ascendido al pico más alto de la  mayor cadena montañosa. El abismo estaba por delante, no quedaba otra posibilidad que sumergirse en él, el paso estaba dado. Era peor no intentarlo  que, con el tiempo volver a reclamarse a sí mismos
Luces y sombras, sonidos y silencios, bruma y claridad, todo ello se sucedió en una infinita rueda mágica, casi imposible de rearmar, pero imposible de olvidar y dejar atrás. En ese momento se estaba corporizando esa sombra que los había acompañado tantos años como cada uno podía recordar.
Poco a poco la  serenidad fue ganando el espacio, volvió la palabra a llenar la atmósfera, volvieron los silencios a expresar sentimientos.
Rosendo, dócil pero acorazado, se sintió invadido por una sensación de rigidez que él mismo se desconocía. Deseos de volar, correr  lo más lejos posible de esa esquina, lo invadían por momentos, en otros era el tratar de quedarse para cumplir con su palabra de hombre adulto y responsable. Es que internamente se sentía el adolescente que hacía tiempo ya no eran ni siquiera sus hijos. Ese adolescente dependiente que se sorprendía de haber sido capaz de ceder al deseo, a la curiosidad, a la necesidad de experimentar inusitadas sensaciones. Nuevamente la dualidad, o quedarse y disfrutar o marcharse y tratar de olvidar, de borrar lo acontecido. Ya estaba esbozándose la culpa de haber hecho realidad un deseo, una fantasía que lo había acompañado toda su vida, de haber podido sentir, vibrar desde otro lugar, desconocido hasta el momento, pero ansiado desde siempre. El placer se traducía en culpa, por toda la carga socio cultural que arrastraba.
Joaquín parecía dispuesto a conservar el momento, con los años había podido incorporar la posibilidad de no perder un buen momento, ése momento, ya que, como dice el poeta, "la vida está hecha sólo de momentos..."
No saben cómo, súbitamente se encontraron departiendo formalmente, sobre ellos, sus vivencias, sus sentires, casi como en el living de su propia casa. La hora marcó la despedida, que se acompañó de promesas de nuevos encuentros. Joaquín y Rosendo tomaron caminos opuestos, pero ambos se encontraron  reiteradamente en el pensamiento, en la sensación de plenitud.
Esa imagen que les devolvía el espejo dejaba asomar plena, decidida la otra cara, la de la igualdad en el sentir, la que habilitaba a la palabra para no continuar ahogada pugnando por hacerse oír, la que les mostraba que su sentir era compartido.

J. Q., en el invierno del 2005