el factor Dios (extracto), por JosÃ© Saramago

El "Factor Dios" (extracto)

JosÃ© Saramago*

... En Nueva York, todo pareciÃ³ irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catÃ¡strofe cinematogrÃ¡fica mÃ¡s, realmente arrebatadora por el grado de ilusiÃ³n conseguido por el tÃ©cnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda.El horror, escondido como un animal inmundo, esperÃ³ a que saliÃ©semos de la estupefacciÃ³n para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez â€œaquÃ estoyâ€ cuando aquellas personas se lanzaron al vacÃo como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerÃ¡ a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y serÃ¡ una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tÃ³rax aplastado. Las creencias han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias fÃsicas y espirituales que constituyen uno de los mÃ¡s tenebrosos capÃtulos de la miserable historia humana. Al menos en seÃ±al de respeto por la vida, deberÃamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayorÃa de los creyentes de cualquier religiÃ³n no sÃ³lo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es mÃ¡s que un nombre, nada mÃ¡s que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un dÃa y que vendrÃa a dificultar nuestro paso a una humanizaciÃ³n real. A cambio nos prometÃa paraÃsos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido comÃºn que tanto trabajo nos costÃ³ conseguir.
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Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirÃ¡ nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en Ã©l seres capaces de cometer los mayores crÃmenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demÃ¡s que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acciÃ³n de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las pÃ¡ginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sÃ³lo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el â€œfactor Diosâ€, ese, estÃ¡ presente en la vida como si efectivamente fuese dueÃ±o y seÃ±or de ella. No es un dios, sino el â€œfactor Diosâ€ el que se exhibe en los billetes de dÃ³lar y se muestra en los carteles que piden para AmÃ©rica (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendiciÃ³n divina.
Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateÃsmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razÃ³n, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relaciÃ³n con Ã©l, lo que menos importa es el nombre que le han enseÃ±ado a darle. Y que desconfÃe del â€œfactor Diosâ€. No le faltan enemigos al espÃritu humano, mas ese es uno de los mÃ¡s pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirÃ¡ demostrÃ¡ndose.
* El artÃculo completo fue publicado en el diario â€œEl PaÃsâ€ (EspaÃ±a)