En el espejo..., La otra cara |
Nota del editor: emotivo relato enviado por un lector de nuestro sitio, con pedido de que fuera publicado. Nos cuenta cómo, dos varones, pudieron trasponer la barrera, "cumplir el Deseo". Un cuento vÃvido, de pasiones reprimidas, de realización de lejanas fantasÃas, de un "coming out". DirÃa nuestro amigo, director de cine, el fallecido Américo Ortiz de Zárate: "Otra historia de amor". Mirándose uno en el otro como si fuera en el espejo, se habÃan encontrado con su realidad, habÃan podido mostrar esa otra cara, tan real como la que siempre antes se reflejó, pero ésta mucho más oprimida, mucho más sumergida El dÃa en que se encontraron era gris, el sol parecÃa haberse olvidado de la tierra, no obstante el clima interior en la gente era de alegrÃa, como si estuvieran iluminados por ese sol ausente. Festejaban el DÃa de Amigo, que ese año habÃa prendido en el espÃritu general con mucha fuerza. Era una confiterÃa como tantas, un resto-bar, como se estila denominar en la actualidad a los lugares donde es posible, desde tomar un café a comer algún plato de preparación simple. En una mesa esperaba JoaquÃn, con su taza de café olvidada. ¿LlegarÃa Rosendo? ¿Cómo serÃa? ¿En cuánto se asemejarÃa y se diferenciarÃa de la construcción mental surgida en los meses en que se habÃa gestado esa relación sin que, hasta ahora, fuera corporizada...? El tiempo, y la modernidad traducida en tecnologÃa, los habÃa unido sin tener plena conciencia del modo en que esa unión se habÃa producido y, muy especialmente, cuál habÃa sido la clave motivadora. ¿Por qué se habÃan conectado uno con el otro? ¿Qué punto en común los unÃa, para que esa relación estuviera sellada antes de conocerse? Los hijos de Rosendo experimentaban ya su proyección a la adultez. Una con su temprana maternidad, el otro en camino de ser padre en muy pocos meses más, pero Rosendo seguÃa sintiéndolos como sus nenes. TodavÃa se tomaba tiempo para aceptarlos como adultos. Claro que él también, en el fondo, se sentÃa un adolescente en muchos aspectos dependiente, especialmente de su mamá y por transmisión genérica de su esposa. AsumÃa sus obligaciones de jefe de familia de acuerdo a los cánones que la sociedad moderna iba marcando, pero desde lo interno de sà mismo, cuando podÃa despojarse, emergÃa fácil y rápidamente la otra cara, la del adolescente que seguÃa necesitando de la orientación, la del que desde esa postura llegaba a desconocer hasta lo obvio de lo que se le presentaba ante sÃ. Esa actitud casi infantil lo conflictuaba, a la vez que le imprimÃa ese dejo seductor de niño inocente, capaz de sorprenderse ante la mÃnima cosa. JoaquÃn desde su silla recorrÃa su vida de satisfacciones y logros obtenidos por el esfuerzo, con el sentimiento de que todo le costaba mucha elaboración personal y con la emoción de tomar conciencia de que, probablemente estaba a un paso de concretar la fantasÃa más "pesada" de su historia. Pesada por lo antigua, pesada por lo que de trascendente se habÃa edificado dentro de sà mismo. Pero... ¿Se producirÃa el encuentro tan ansiado, tan temido, tan imposible de concretar hasta el momento...? AhÃ, ante la puerta tocando el timbre estaba él. ¡Seguro era él! ¿Por qué? ¡Porque debÃa ser él! Prolijo sweater celeste, muy a la moda, vaqueros amplios y como abrigo, sobretodo color habano que le imprimÃa el sello de la edad. La mirada de JoaquÃn fue directa a él, los pasos de Rosendo se orientaron hacia la mesa de JoaquÃn, ninguno de los dos dudó. Se nombraron, estrecharon sus manos tratando de aparentar la mayor naturalidad posible y se sentaron en silencio. Entonces surgieron las palabras entrecortadas, las frases inconclusas, los nervios traducidos en toces y voz temblorosa... Poco a poco se fueron conociendo, como pudo cada uno fue contando su historia, esa nunca antes revelada ni a los más cercanos, pero que en esta circunstancia y en esta relación era posible hacerlo, casi como tarjeta de presentación. Mientras tanto... se tocaron reiteradamente con los ojos, se humedecieron uno al otro con la voz, recorriendo una a una las curvas de la cara, del cuello, de las manos. Se contaron mil historias de la vida que pasó. El tiempo se detuvo, el café se enfrió... pero nada tenÃa importancia por encima del encuentro. JoaquÃn no podÃa poner freno a su palabra, no podÃa dejar de expresar su emoción de estar cumpliendo "El Deseo", exactamente asÃ, con comillas y mayúscula. Quizá esa expresividad inhibÃa algo a Rosendo, pero era irrefrenable... y poco común en JoaquÃn, por lo general muy reservado y formal. La tarde avanzó y debieron despedirse, previamente acordaron el próximo encuentro, a la misma hora el dÃa siguiente. Las próximas veinte horas serÃan para ser vividas en función de las pasadas y las por venir. Cada uno continuó su vida, cumplió sus obligaciones pero... su pensamiento quedó fijo en cada detalle, en cada gesto del otro, en cada frase del otro. Evocar su pelo, sus ojos, su boca... todo era importante... todo eso se imponÃa como imprescindible. La noche, cada uno sabe cómo la pasó, vueltas y vueltas en la cama, emoción, inquietud... Un "crack" en la vida de ellos se estaba produciendo, ambos capitalizaban la vivencia del encuentro como un hecho Ãntimo, de fuerte trascendencia. HabÃa sucedido algo que les permitÃa liberar la palabra, esa siempre contenida, nunca expresada más allá del momento de soledad o en algún escrito furtivo que luego no se conservaba. La propia historia empezaba a completarse incorporando los matices más sutiles de cada tono, esos que antes quedaban fundidos con los grises, pero que ahora adquirÃan brillo y presencia propios. Nuevamente se produjo el encuentro, esta vez en otro lugar, JoaquÃn más tranquilo pero igual ansioso, Rosendo, demorado por el transporte llegó con evidente nerviosismo, basado también en la decisión de arriesgarse a repetir el encuentro. Era la posibilidad de cumplir con la fantasÃa que durante toda su vida se le habÃa impuesto con la presencia de mandato. Ni la situación ni la hora se prestaban para compartir el café, que pasó a último plano. Firme la resolución, los guió dos o tres cuadras más allá... HabÃa que trasponer una puerta que se erigÃa como la puerta de la vida, la puerta que abrÃa a los caminos de la independencia y a su vez de lo desconocido, también familiar por la fuerza del deseo reiterado. A los ojos de los caminantes todo era natural, algunos paseaban, otros apuraban su paso hacia quién sabe qué destino y estos dos hombres enfundados en sobretodos de igual color, de igual corte, igualados en el sentir y en el deseo. ¡DebÃan darse la oportunidad! De repente un ascensor..., luz tenue..., una habitación... HabÃan logrado trasponer la gran barrera. Era como haber ascendido al pico más alto de la mayor cadena montañosa. El abismo estaba por delante, no quedaba otra posibilidad que sumergirse en él, el paso estaba dado. Era peor no intentarlo que, con el tiempo volver a reclamarse a sà mismos Luces y sombras, sonidos y silencios, bruma y claridad, todo ello se sucedió en una infinita rueda mágica, casi imposible de rearmar, pero imposible de olvidar y dejar atrás. En ese momento se estaba corporizando esa sombra que los habÃa acompañado tantos años como cada uno podÃa recordar. Poco a poco la serenidad fue ganando el espacio, volvió la palabra a llenar la atmósfera, volvieron los silencios a expresar sentimientos. Rosendo, dócil pero acorazado, se sintió invadido por una sensación de rigidez que él mismo se desconocÃa. Deseos de volar, correr lo más lejos posible de esa esquina, lo invadÃan por momentos, en otros era el tratar de quedarse para cumplir con su palabra de hombre adulto y responsable. Es que internamente se sentÃa el adolescente que hacÃa tiempo ya no eran ni siquiera sus hijos. Ese adolescente dependiente que se sorprendÃa de haber sido capaz de ceder al deseo, a la curiosidad, a la necesidad de experimentar inusitadas sensaciones. Nuevamente la dualidad, o quedarse y disfrutar o marcharse y tratar de olvidar, de borrar lo acontecido. Ya estaba esbozándose la culpa de haber hecho realidad un deseo, una fantasÃa que lo habÃa acompañado toda su vida, de haber podido sentir, vibrar desde otro lugar, desconocido hasta el momento, pero ansiado desde siempre. El placer se traducÃa en culpa, por toda la carga socio cultural que arrastraba. JoaquÃn parecÃa dispuesto a conservar el momento, con los años habÃa podido incorporar la posibilidad de no perder un buen momento, ése momento, ya que, como dice el poeta, "la vida está hecha sólo de momentos..." No saben cómo, súbitamente se encontraron departiendo formalmente, sobre ellos, sus vivencias, sus sentires, casi como en el living de su propia casa. La hora marcó la despedida, que se acompañó de promesas de nuevos encuentros. JoaquÃn y Rosendo tomaron caminos opuestos, pero ambos se encontraron reiteradamente en el pensamiento, en la sensación de plenitud. Esa imagen que les devolvÃa el espejo dejaba asomar plena, decidida la otra cara, la de la igualdad en el sentir, la que habilitaba a la palabra para no continuar ahogada pugnando por hacerse oÃr, la que les mostraba que su sentir era compartido. J. Q., en el invierno del 2005 |